La Chispa de la Vida

Grande, pequeño, blanco o rojo intenso,incluso negro y amarillo, suave o rugoso, sorprendente o curioso, aterrador, sugerente, increible, ¡¡¡alucinanteee!!!. Todo está ahí, esperandonos.

La belleza está en los ojos más que en aquello que miras.

sábado, 10 de julio de 2010

Un cuento para niños


Arrastrábase por la arena, sigiloso, audaz, temerario. Un aro adornaba su nariz desde hacía tanto tiempo que ya ni recordaba el punzante dolor de la aguja perforando la carne, pero él seguía avanzando a pesar de que el anillo se enganchaba en las atrevidas ramas, que contra toda lógica, se abrían paso hacia el cielo en medio de aquella desolación inhóspita e inexplorada.
El pañuelo, cubriendo todo el cuero cabelludo y anudado sobre su nuca, presentaba la indudable huella de otras épocas. Para cualquier observador meticuloso despedía aromas de otras aventuras; de otras batallas personales, no todas resueltas ni bien acabadas; pero que habían forjado ese espíritu indómito (no siempre bien reconocido, pero algunas veces admirado por aquellos pocos que habían conseguido entrelazar su destino junto a él).
Sobre su cabeza una sombra revoloteaba. Ésta se movía a impulsos, como si en cada movimiento tuviese que derribar muros invisibles. Intentaba con ahínco avanzar y poder observar con detalle la forma que se encontraba bajo ella. Sobre todas las cosas llamaba su atención el apéndice adosado a la rodilla derecha: un perfecto palo que desprendía retazos de recuerdos en el animal, adornado por capricho de la naturaleza con unos destellos verdes azulados rematados con un brillante color rojo bajo su engarfiado pico.
El loro no pudo resistirse, quizás llevado por los aromas a nueces o por el movimiento sinuoso de la pata de palo, se lanzó sobre el objeto de tanta atención y se llevó entre su pico el irresistible y preciado trofeo de unas suculentas astillas de madera – que inmediatamente arrojó al suelo sin mayor interés-.
El supuesto observador podría llegar a pensar que el agredido se revolvería contra el animal, para dejar clara su posición de dominio sobre él, pero inesperadamente éste ni se inmutó, siguió avanzando imperturbable hacia su objetivo, con su meta fijada, como si se tratase de un incandescente punto de fuego -al rojo vivo- incrustado entre las pobladas cejas remarcadas bajo el colorido pañuelo. Es más, si este observador fuese tan meticuloso como cabría esperar, observaría claramente una multitud de muescas sobre la superficie de la pata, lo que le indicaría una especie de acuerdo tácito, un ritual mil veces realizado por ambas partes creando así un vínculo único e inexplicable entre las dos criaturas.
La costa de Puerto Rico quedaba muy al norte de su localización. Allí había dejado -ancladas en una estrecha ensenada - sus pertenecías. Hubiera podido seguir navegando a través del Caribe, vadear la isla, y atracar en Guánica, una posición mucho más cercana a su objetivo: el Bosque Seco. Pero este espíritu no formaba parte de él, quería prepararse por el camino, conocer bien el entorno, aspirar los aromas, sentir en su piel el hormigueo, la tensión previa al encuentro, prepararse para el momento…
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Allí, en lo más profundo de Bosque Seco se ocultaba su meta, quizás contra toda creencia, debido a lo inhóspito del lugar, su objetivo se sentía resguardado y protegido, pero él era tenaz y nunca había abandonado. Sentía en sus pulmones la presión del aire, denso, espeso, irrespirable. En un momento de debilidad pasó por su mente mirar atrás, sobre su hombro, pero no sirvió sino para renovar en él el ansia de terminar de una vez por todas. Continuó arrastrándose y por fin los vio. Allí estaban. El loro, ante la tensión de su compañero, que no se le puede llamar de otra forma, se quedó congelado en el aire en un alarde imposible y a continuación se posó en la hoja de una especie de cactus tropical.
Estaba ella, inmóvil, anclada a una rama, prisionera de su propia existencia. Eso sí, altiva y deslumbrante, conocedora de su belleza y la atracción que ejercía. Una figura se movía inquieta a su alrededor, quizás presintiendo un peligro no definido, casi intuido. Cada vez que giraba sobre ella se abalanzaba con un movimiento rápido, fugaz, casi imperceptible y le incrustaba el punzón curvado que llevaba adosado. No podía evitarlo, lo llevaba grabado en su ser, salía desde dentro como un torrente imparable y se veía obligado a usarlo para sacar el máximo provecho de sus acciones.
Excitado, con la adrenalina subiendo hasta sus sienes, se sentó en el suelo y se quedó quieto, inmutable, contemplando lo que solo unos pocos, muy pocos, antes habían visto: El baile del zumbadorcito, que años después se sabría era el pájaro que pone los huevos más pequeñitos, pero eso a él no le importaba. Fijaba la atención en la otra protagonista, que como una estrella, desplegaba sus brazos mostrando en su centro el exquisito néctar, obligando a la atrapada avecilla a ejecutar una danza imposible a su alrededor. Contempló largo tiempo, ensimismado en sí mismo, sin prisas, saboreando y aprendiendo, hasta que por fin decidió que estaba perturbando la intimidad del momento. Se levantó y puso rumbo hacia su barco donde le esperaban… ¡ah, esa es otra historia¡


P.D.: La Orquídea (para los curiosos Encyclia krugii) y el colibrí (para los mismos curiosos Mellisuga minima). Los Bosques Secos son protección de la Humanidad y es territorio casi desértico en medio del Caribe, en la Isla de Puerto Rico.

1 comentario:

  1. Soy una de las curiosas, busque la Encyclia y el colibri ...que pasada. Deberias de colocar fotos. Quede fascinada con el colibri, cada diez minutos, creo que es, tiene que coger el néctar ..¡¡que belleza!!!!

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