La Chispa de la Vida

Grande, pequeño, blanco o rojo intenso,incluso negro y amarillo, suave o rugoso, sorprendente o curioso, aterrador, sugerente, increible, ¡¡¡alucinanteee!!!. Todo está ahí, esperandonos.

La belleza está en los ojos más que en aquello que miras.

martes, 28 de diciembre de 2010

¡UNA MUY BUENA NOTICIA DE NAVIDAD!

UNA MUY BUENA NOTICIA EN ESTA NAVIDAD

Uno de los belenes de nuestra parroquia ( hemos enviado tres foto-reportajes dos de familias particulares y el del Belén parroquial) ha ganado el concurso que cada año celebran los padres Franciscanos de Tierra Santa. Este concurso intenta fomentar el amor al tradicional Belén que como sabeis fue iniciado por su fundador San Francisco de Asís. Bueno pues el PRIMER PREMIO ( que hemos ganado nosotros) consiste en ¡un viaje para diez miembros de la parroquia a Tierra Santa en el tiempo después de Pascua! ( propondrán unas fechas a elegir según la cantidad de peregrinos que tengan reservas confirmadas) . Para ser justos, y puesto que es un premio parroquial D. Juan Souza nuestro párroco ha decido que ¡los diez primeros feligreses que comuniquen su deseo podrán ir representando a la parroquia en este regalo!. Podéis llamar directamente a D. Juan o Bien apuntaros en el buzón de voz del Blog. Solo puede ir una persona por familia y en caso de ser el matrimonio dos. Animo. Es un buen regalo de Navidad que nos ha caído a la parroquia.

Pd. Don Juan reserva dos plazas para la familia que ha presentado el Belén ganador del concurso, si no desean ir se repartirán a los feligreses como hemos dicho anteriormente.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Sombras

Sombras. Sombras en la noche. Sombras en el alma.

El reflejo se materializó sobre el titilante espejo formado -a duras penas- gracias al charco de agua que las últimas lluvias habían formado. El agua permanecía atrapada dentro de la oquedad de la única roca que se podía encontrar en muchos metros alrededor de la sombra, si así se podía llamar al borrón grisáceo que más que verse se intuía. La sombra se encontraba levitando sobre la arena dominadora de toda la extensión circundante.

Alrededor de la sombra, como un firmamento de millares de estrellas, continuos destellos simulaban una danza ancestral, más antigua aún que la propia roca donde el espejo continuaba meciéndose por causa de la suave brisa. Tan suave era que se podría decir imperceptible, aún así era portadora de la única sensación de movimiento, de hálito de vida y con ello de esperanza.

Sólo era una sensación ya que los destellos eran producidos por infinidad de porciones minúsculas de hueso que se habían entremezclado con la arena durante muchos miles de años. Nada, nada vivía en aquella soledad. Nada podía sobrevivir donde la muerte había dejado su marca en una edad que ya había sido olvidada por cualquier forma de vida. Una edad que no aparecía reseñada en ningún trozo de papel en ningún anagrama o símbolo. Una edad que no había existido.

La figura se movía, cerca de la inapreciable sombra, llevada por la inercia de una determinación casi olvidada ya. Algo dentro de él le forzaba a continuar su rumbo errático, sin esperanza.

No podía recordar por qué se movía, qué le impelía a continuar. No había razón en su mente, ni débil ni fuerte, para seguir avanzando ni para dejarse llevar por el deseo de abandonarse al destino inexistente para él.

Era una cáscara, una cáscara vacía, una envoltura para un vacío profundo, inmenso, desmesurado. Ni siquiera sabía qué era o qué había sido o tan solo si existía o no. Por lo tanto no le importaba.

Era imposible ser menos de lo que era, ya que no era nada. Nada absolutamente. No cabía esperanza, no cabía ninguna motivación que pudiera percibir. Nada existía en torno a él. No había razón ni causa a su estado.

Era afortunado. Tenía la gran suerte a su favor de no tener nada que perder. Nada que desear. Nada que dar. No estaba sujeto a ninguna ley, a ninguna obligación, a ningún deseo porque nada tenía dentro de sí. Era un ser libre, libre de morir o vivir.

Libre de pasiones. Libre hasta del miedo, por eso no hacía el menor caso a los ojos brillantes, refulgentes y chispeantes que le seguían a corta distancia desde hacia… no tenía tiempo o al menos no era consciente de él pero los ojos estaban allí desde siempre o desde hacía poco tiempo, no era relevante.

Los ojos estaban rodeados por dos pobladas cejas que se unían sobre el hocico y se estiraban hasta las puntiagudas orejas. Las orejas blancas, blancas inmaculadas como la arena que pisaba, como los trocitos de hueso que iba levantando en el polvo provocado por su rítmico caminar. Blancas como todo el resto de su pelaje desde las uñas de las patas hasta el lomo y la cabeza. Todo blanco. Blanco como los colmillos que sobresalían afilados de la mandíbula perfecta, puntiaguda, preparada para desgarrar la carne de sus presas y separarla límpidamente del hueso como si de una simple piel se tratase.

Contra todo sentido, la criatura nada buscaba, nada quería, nada deseaba, sólo se movía alrededor de la figura y siempre estaba cerca de él. Le seguía atrayendo con la misma fuerza que le obligo a dejar a su manada. La figura que no despedía olor, que no emitía sonidos, que ni siquiera le miraba o se preocupaba. Pero, sobre todo esto, era la figura que no emitía los sentimientos de miedo que siempre había percibido en todas las criaturas con las que se había cruzado en su no muy larga vida. Quizás fue precisamente esa ausencia la que motivó su insólita conducta que le había llevado a dejar todo lo que componía su mundo, su razón de existir por perseguir … No sabía que perseguía.

Hasta él llego el inconfundible olor de agua. La vio prisionera de la única roca que había cerca. Se acercó hasta ella y observo sus ojos reflejados en el agua. Los vio mecerse al ritmo que marcaban las imperceptibles olas formadas por la brisa. La visión de sus ojos le hizo patente que no pertenecía a su manada, ningún miembro de ella tenía el color de sus ojos. No tenían un color, tenia multitud de colores desde negro y gris a blanco como el mármol. Si pudiese saber lo que era los hubiera descrito como granito, pero no sabía describirlos solo compararlos y al hacerlo de nuevo se le hacía manifiesto que no pertenecía a ningún sitio, que su vida no estaba en los sitios que había visitado que… todo se paró de repente. Algo dentro de sí explotó en un abrasador fuego al ser atravesado por cientos de proyectiles de arena y hueso que atravesaban su carne como si de un ser inmaterial se tratase. Al girar la vista un espectáculo a la vez terrorífico y fascinante se estaba produciendo junto a él, en la figura que había sido causa de su atención constante durante los últimos días.

Llegó como un estallido. Una descarga le recorrió por todas las fibras de su ser. Fue inesperado, dolorosamente súbito. Una andanada fortuita de millones de partículas le penetraban produciendo sensaciones jamás vividas o al menos jamás recordadas. Mientras la sombra se fundía en uno con él. Los tendones de su cuerpo se tensaban como las cuerdas de un arco al seducir la saeta antes de salir lanzada a su incierto y desconocido destino.

Se sentía embriagado por innumerable cantidad de aromas que se alojaban en su cerebro definiendo cuanto le rodeaba por primera vez, o al menos así lo creía. Percibía extasiado el calor que los rayos del sol repartía por cada centímetro de su piel. Tomó conciencia de sí. Existía.

Vio los colores de la tierra. Vio el color del cielo. Fue consciente de que tenía un espíritu, un alma. Rió y el sonido de su propia risa produjo en él placeres desconocidos hasta entonces. Extendió sus brazos hacia el cielo y de su garganta salió un grito titánico, formidable. Estaba vivo.

Miró hacia el enorme animal, el lobo blanco como la luz, que como un guardián permanecía alerta con la mirada fija en él. No necesitó decirle nada. Nada le ordenó, sólo comenzó a caminar sabedor de que el lobo caminaba junto a él. Habían nacido de la tierra, ésta les había dado la vida. Tomo un puñado de arena y la encerró en su mano. Comenzaron a caminar hacia su destino, sin miedo, sabedores de que tenían una historia que realizar, que el mundo les esperaba. El mundo sería conocedor de que la vida existía. También existía la muerte, lo que era un alivio. Detrás de ellos no quedaba ninguna sombra.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Una historia de Ana Cabrera


Olgui, la oruga.

Olgui era una oruga de 8 años.

Olgui tenía 14 hermanos, Laura, Sara, Amanda, Lucia, Teresa, Marta, Ana,

Juan, Andrés, Pablo, Lucas, Mateo, Alberto y Dani.

Un dia la madre le envió a comprar: 2 tomates, 1 verduras, 1kg queso y mucha lechuga.

Olgui, tenía muchas cosas en mente, y cuando fue a comprar cogió:

1 tomates, 1kg verduras y 2 bolas de queso.

Al llegar a casa, la mamá se enfado y le castigo en el cuarto. Olgui sintiéndose inútil decidió que irse era lo mejor, si no sabía hacer nada, ¿para qué ser un gasto?

Olgui, hizo las maletas y fe fue de casa, eso si dejo una nota:

Querida familia siento haber sido un estorbo, un gasto, pero tranquilos, no lo seré más, me voy para siempre. Besos Olgui.

PD: sois la mejor familia

Cuando uno de los hermanos, Dani bajó a desayunar, cogió un zumo, vio la nota, y la leyó a la vez que bebía, cuando se entero de lo que ponía escupió el zumo y grito. Todos bajaron rápidamente para ver lo que pasaba, y se lo conto a todos. Su mamá lloraba desconsoladamente mientras que los hermanos ponían carteles. La mamá salió a pasear para calmarse y poder encontrar a Olgui. Mientras, Olgui, con un mapa del McDonald’s, quería encontrar un supermercado. Entro a uno que había tenido enfrente dos horas y no lo había visto. Su mamá también estaba ahí, y se encontraron y le pidió que volviese, (además Olgui aun que hubiese sido un día, vio los carteles y pensó en lo mucho que la quería). Todos la recibieron con gran alegría: su familia, sus amigos, compañeros…etc. Olgui prometió que no se escaparía más, y vivieron felices por siempre.

ANA CABRERA VEGA

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Vigilia de la Inmaculada 2010

En medio de la oscuridad, en mitad de la explanada, una imagen resplandece a la luz de una fogata: La Virgen María que acoge a los jóvenes y los agregados, no tan jóvenes. Un largo camino formado por centenares de velas rojas saluda a los que van llegando y los encamina hasta un anagrama del Ave María que está junto a la Virgen.

Tras unos primeros y tímidos intentos de unir las voces en el ensayo de los cantos, los jóvenes se van atreviendo a dejar salir sus voces para alabar y bendecir al Señor .

Comienza la Vigilia de la Juventud, presidida por el Sr. Obispo como primer acto preparatorio a la Jornada Mundial de la Juventud. Un lucernario coloca a los presentes en situación. La Luz toma la iniciativa de la llamada a los jóvenes al encuentro con Cristo y el testimonio a los demás. Suenan las guitarras en la noche y al ritmo de los cuerpos balanceándose suben las primeras aclamaciones al cielo de la noche “Esta es la luz de Cristo, yo la haré brillar”. Meditamos sobre la Luz, sobre el testimonio, sobre que hace la luz en nosotros y comenzamos a peregrinar hacia el recinto que se ha preparado especialmente para la ocasión.

Los primeros momentos en el recinto son alabanzas y glorias a Dios “Esta es la gente que alaba al Señor” cantan todos mientras las palmas comienzan a sonar y el cuerpo acompaña con el baile a la oración festiva de alabanza. Se nos invita ahora después de soltar el cuerpo y el espíritu al recogimiento interior, y en un ambiente de silencio y respeto generalizado, el Santísimo es expuesto delante de los centenares de personas que asistimos a este encuentro. Poco a poco los jóvenes se van recogiendo interiormente, dirigidos por D. Juan Fernando, mientras salen de los labios una letanía repetitiva “Jesús tu eres la persona más importante del lugar”. Y efectivamente así se palpa en el ambiente, Jesús Sacramentado es allí la persona más importante en ese momento de intimidad.

Se proclama el Evangelio. La sal y la luz, la misión de la iglesia es proclamada y el Sr. Obispo se dirige a los jóvenes haciéndoles reflexionar sobre su situación, las dificultades que van a encontrar, y donde hallar respuestas a sus interrogantes, para terminar con una serie de preguntas que nos interpelan a todos e invitan a dar una respuesta al Señor en la intimidad de la oración.

Un grupo internacional de jóvenes venidos desde Francia denominado “Anuncio”, da su experiencia de fe y anima a los presentes a unirse a ellos en la misión de llevar la palabra de Jesucristo en las calles, de dos en dos, para preparar la JMJ. Después los presentes somos invitados a escribir una oración sincera y ponerla como fruto de la jornada en un mural a modo de árbol. Rápidamente se va llenando con el fruto de nuestras oraciones. Se hacen preces al Señor y rezamos a una el Padrenuestro para terminar con la bendición y una petición a la Virgen “Ven con nosotros al caminar” que invade el pabellón con las voces de los participantes en la vigilia.

Unas manzanas, apetitosas a la vista por cierto, y un chocolate caliente con magdalenas sirven para confraternizar después de la celebración.

Mi opinión, Ha sido una vigilia estupenda, se ha rezado, se ha bailado, se ha cantado y nos hemos puesto delante del Señor y la Virgen. El estilo distinto a lo vivido hasta ahora. Ha sorprendido, a mí gratamente. Cosas para mejorar sin duda pero ha valido la pena.

Una confidencia: el Sr. Obispo se emocionó enormemente al contemplar a tantos jóvenes de rodillas para recibir la bendición con el Santísimo

Paco Cabrera, joven vigilante.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Cincuenta y uno

Hoy era el día indicado. Lo sabía tan certeramente como que el sol ocupaba el centro del cielo. Tan cierto como que sus entrañas se habían abierto en múltiples ocasiones para dar lugar al más extraordinario de los actos en los que puede participar cualquier ser humano. Y ella había participado en muchas ocasiones. Quizás por ser el día que era le habían venido estos pensamientos a la mente. La vida había surgido, manando generosamente, desde dentro de ella y se sentía orgullosa por ello. Poco más cabía esperar de su existencia. Y sin embargo una fugaz esperanza, ilusión, o acaso aspiración íntima, anidaba dentro de su ser obligándole a levantar la barbilla en un gesto indiscutible de enfrentamiento a la cadencia continuada de los días, al monótono e imparable avance de una jornada tras otra.

Atrás quedaban los días en que inquietas, y a la vez explosivas, corrientes inundaban cada partícula de su cuerpo en oleadas continuas de sentimientos y pasiones que le empujaban a un avance inexorable hacía adelante. Ahora la calma, la placidez y puede que incluso la serenidad eran el porte dominante en su aspecto, mucho más atractivo, si cabe, para cualquiera que la contemplase, menos para ella claro.

Los ojos, únicos, extraños, indefinidos en su color entre azules y grises, eran sin duda los que hacían fijar la mirada en ella y quedar atrapado a quien se acercase a ellos. Esos ojos que ahora miraban insistentemente más allá de cuanto le rodeaba. Bailaban de un sitio a otro sin fijarse a nada, se empequeñecían y agrandaban constantemente, según la luz que entraba dentro de ellos, provocando misteriosos destellos que acentuaban más, si así fuese posible, lo insólito de su esencia.

No tenía grandes reproches que hacer a su realidad, había conocido de todo. Momentos de grandes alegrías y grandes dolores, de esperanzas jubilosas y tristezas insondables. Había cabalgado por cotas de felicidad que pocas personas llegan a alcanzar y descendido hasta lugares donde el ser deja de ser, donde el vacío es lo único que se puede tocar y sentir y donde el alma queda difuminada en un atisbo de lo que un día fue. Aún así estaba agradecida.

Mecánicamente, llevada acaso por la inercia de lo repetido mil veces, continuaba retirando y colocando cada cosa en su sitio, era inútil pelear, hace tiempo que había dejado de combatir en una inútil e interminable lucha por mantener las cosas en orden, en una agotadora pelea para intentar que nada apareciese abandonado o dejado al azar, ya ni le importaba. Estaba rodeada por trozos, retazos de su vida, que formaban el legado de una historia compartida y no siempre reconocida y correspondida. Se debía a los suyos, no como quien ha de pagar una deuda de obligación, sino más bien como quien es consciente de que la retribución es la propia satisfacción de poseer la felicidad que nace de la entrega gratuita.

En el hogar ardía a fuego lento una olla grande, donde se cocinaba un complejo guisado, un potaje que sólo ella era capaz de crear para que gustase a todos, cada ingrediente estaba pensado y medido para que cada uno de ellos, según sus caprichos y gustos, pudieran saciarse y calmar el voraz apetito de que eran portadores. No era fácil. Habitualmente se sentaban hasta diez comensales en torno a la mesa. Era una tarea casi imposible el satisfacer el gusto de todos ellos, aún así casi siempre era capaz de lograr su objetivo. Hoy había puesto alguna ración de más.

Se sonrió. No pudo evitarlo al pensar en la vulgaridad del tópico, incontables veces escuchado de que “hoy es el primer día del resto de tu vida”. Hoy cumplía años. Muchos años había cumplido ya, más de los que algunas veces había pensado que podría llegar a cumplir, pero allí estaba en un momento en que sus ilusiones se habían estancado. Sólo el revuelo que alzaba su prole sentada a la mesa junto a su marido le permitía dar un sentido a sus quehaceres. Se llenaba de satisfacción al contemplarlos tirándose pujas y riendo para mostrar cada cual su superioridad en ingenio frente a los demás. Estaba agradecida, sin duda.

No entendía la desazón que se le clavaba en lo profundo de su pecho, no tenía evidencia de qué le intranquilizaba, qué era lo que faltaba en su interior provocando ese desequilibrio en ella. Percibía dentro de sí que algo le faltaba, que una fuerza tiraba de ella para que avanzase, dar un paso más a su existencia, una razón al vivir cotidiano. Algo estaba por llegar, lo intuía, lo presentía en esa zona que sólo les es otorgada a las mujeres, que ningún hombre puede conocer y mucho menos entender pero que todos saben que está ahí.

Los vio llegar desde lejos, mucho antes de que la vista alcanzase a verlos. Mucho antes de que cualquier sentido se percatase, ella sabía que estaban allí.

Eran tres, como las raciones que había puesto de más en el puchero. Un anciano, una joven y apenas un hombre se acercaban a su hogar, se adentraban en su vida para formar parte de ella el resto de sus días. Hoy cumplía cincuenta y un años y el resto de su existencia nunca sería igual.