La Chispa de la Vida

Grande, pequeño, blanco o rojo intenso,incluso negro y amarillo, suave o rugoso, sorprendente o curioso, aterrador, sugerente, increible, ¡¡¡alucinanteee!!!. Todo está ahí, esperandonos.

La belleza está en los ojos más que en aquello que miras.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Cincuenta y uno

Hoy era el día indicado. Lo sabía tan certeramente como que el sol ocupaba el centro del cielo. Tan cierto como que sus entrañas se habían abierto en múltiples ocasiones para dar lugar al más extraordinario de los actos en los que puede participar cualquier ser humano. Y ella había participado en muchas ocasiones. Quizás por ser el día que era le habían venido estos pensamientos a la mente. La vida había surgido, manando generosamente, desde dentro de ella y se sentía orgullosa por ello. Poco más cabía esperar de su existencia. Y sin embargo una fugaz esperanza, ilusión, o acaso aspiración íntima, anidaba dentro de su ser obligándole a levantar la barbilla en un gesto indiscutible de enfrentamiento a la cadencia continuada de los días, al monótono e imparable avance de una jornada tras otra.

Atrás quedaban los días en que inquietas, y a la vez explosivas, corrientes inundaban cada partícula de su cuerpo en oleadas continuas de sentimientos y pasiones que le empujaban a un avance inexorable hacía adelante. Ahora la calma, la placidez y puede que incluso la serenidad eran el porte dominante en su aspecto, mucho más atractivo, si cabe, para cualquiera que la contemplase, menos para ella claro.

Los ojos, únicos, extraños, indefinidos en su color entre azules y grises, eran sin duda los que hacían fijar la mirada en ella y quedar atrapado a quien se acercase a ellos. Esos ojos que ahora miraban insistentemente más allá de cuanto le rodeaba. Bailaban de un sitio a otro sin fijarse a nada, se empequeñecían y agrandaban constantemente, según la luz que entraba dentro de ellos, provocando misteriosos destellos que acentuaban más, si así fuese posible, lo insólito de su esencia.

No tenía grandes reproches que hacer a su realidad, había conocido de todo. Momentos de grandes alegrías y grandes dolores, de esperanzas jubilosas y tristezas insondables. Había cabalgado por cotas de felicidad que pocas personas llegan a alcanzar y descendido hasta lugares donde el ser deja de ser, donde el vacío es lo único que se puede tocar y sentir y donde el alma queda difuminada en un atisbo de lo que un día fue. Aún así estaba agradecida.

Mecánicamente, llevada acaso por la inercia de lo repetido mil veces, continuaba retirando y colocando cada cosa en su sitio, era inútil pelear, hace tiempo que había dejado de combatir en una inútil e interminable lucha por mantener las cosas en orden, en una agotadora pelea para intentar que nada apareciese abandonado o dejado al azar, ya ni le importaba. Estaba rodeada por trozos, retazos de su vida, que formaban el legado de una historia compartida y no siempre reconocida y correspondida. Se debía a los suyos, no como quien ha de pagar una deuda de obligación, sino más bien como quien es consciente de que la retribución es la propia satisfacción de poseer la felicidad que nace de la entrega gratuita.

En el hogar ardía a fuego lento una olla grande, donde se cocinaba un complejo guisado, un potaje que sólo ella era capaz de crear para que gustase a todos, cada ingrediente estaba pensado y medido para que cada uno de ellos, según sus caprichos y gustos, pudieran saciarse y calmar el voraz apetito de que eran portadores. No era fácil. Habitualmente se sentaban hasta diez comensales en torno a la mesa. Era una tarea casi imposible el satisfacer el gusto de todos ellos, aún así casi siempre era capaz de lograr su objetivo. Hoy había puesto alguna ración de más.

Se sonrió. No pudo evitarlo al pensar en la vulgaridad del tópico, incontables veces escuchado de que “hoy es el primer día del resto de tu vida”. Hoy cumplía años. Muchos años había cumplido ya, más de los que algunas veces había pensado que podría llegar a cumplir, pero allí estaba en un momento en que sus ilusiones se habían estancado. Sólo el revuelo que alzaba su prole sentada a la mesa junto a su marido le permitía dar un sentido a sus quehaceres. Se llenaba de satisfacción al contemplarlos tirándose pujas y riendo para mostrar cada cual su superioridad en ingenio frente a los demás. Estaba agradecida, sin duda.

No entendía la desazón que se le clavaba en lo profundo de su pecho, no tenía evidencia de qué le intranquilizaba, qué era lo que faltaba en su interior provocando ese desequilibrio en ella. Percibía dentro de sí que algo le faltaba, que una fuerza tiraba de ella para que avanzase, dar un paso más a su existencia, una razón al vivir cotidiano. Algo estaba por llegar, lo intuía, lo presentía en esa zona que sólo les es otorgada a las mujeres, que ningún hombre puede conocer y mucho menos entender pero que todos saben que está ahí.

Los vio llegar desde lejos, mucho antes de que la vista alcanzase a verlos. Mucho antes de que cualquier sentido se percatase, ella sabía que estaban allí.

Eran tres, como las raciones que había puesto de más en el puchero. Un anciano, una joven y apenas un hombre se acercaban a su hogar, se adentraban en su vida para formar parte de ella el resto de sus días. Hoy cumplía cincuenta y un años y el resto de su existencia nunca sería igual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario