La Chispa de la Vida

Grande, pequeño, blanco o rojo intenso,incluso negro y amarillo, suave o rugoso, sorprendente o curioso, aterrador, sugerente, increible, ¡¡¡alucinanteee!!!. Todo está ahí, esperandonos.

La belleza está en los ojos más que en aquello que miras.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Maestros y Aprendices

Atravesaba el patio velozmente, con prisas. Los porches de las habitaciones que rodeaban el recinto pasaban veloces ante su mirada cansada. Eran unos ojos extraños, quizás debido a la cantidad de atrocidades que había visto en su prolongada vida. Atrás quedaban experiencias que casi nadie podía ni imaginar que pudieran existir y sin embargo para él eran el pan cotidiano de cada día.

Era viejo, no como esos viejos que son incapaces de valerse por sí mismos ni como los que ya no tienen ninguna esperanza o ilusión que motiven su existencia. Más bien era como esos viejos que cuando los miras no te puedes ocultar de ellos. Como esos viejos ante los que te sientes desnudo, transparente, indefenso. Uno de esos viejos que cuando hablas sólo te miran, no te dicen nada y sin embargo tu ser se empequeñece, se encoje y se te quitan las ganas de decir nada. Todo te parece insustancial, intranscendente y no sabes qué hacer para desaparecer pero te quedas colgado en el tiempo esperando una palabra de aliento que te devuelva al momento y te permita volver a meter aire en tus pulmones para seguir respirando.

Acudía veloz a la llamada. Una llamada no realizada. Una llamada inexistente para todos, menos para él claro. Llevaba tiempo sintiendo un cosquilleo dentro de su nuca, una corriente que atravesaba su cabeza atropelladamente sin control. Algo que hacía una vida que no le ocurría. Volvía a repetirse por segunda vez en su vida, y le había cogido por sorpresa.

Sentía miedo. Miedo por lo que estaba por venir, miedo por lo que había perdido a causa de esa misma sensación mucho tiempo atrás. Miedo a que se repitiese la historia como en una noria interminable de acontecimientos siempre repetidos. Claro que en otro tiempo él no era más que un niño apenas despuntando a la madurez pero aun así su vida jamás pudo ser como la de los demás jóvenes que vivían en esas mismas habitaciones que ahora pasaban aceleradas por delante de él.

Llegó a la sala, repleta de gente, y se hizo paso con un bufido que colocó escalofríos en los huesos de todos los que se hallaban presentes en ese momento. Nada dijo. Los jóvenes empezaron a retirarse apresuradamente, cohibidos y aterrados aunque la mayoría de ellos, por no decir todos, nunca le habían visto.

Un gesto de sus cejas arqueándose fue la única manifestación que se pudo observar de la sorpresa que le produjo ver a la pareja de niños que se encontraban en el suelo. Se encontraban colocados sobre una estera trenzada con esparto a modo de espigas multicolores.

Sintió un vacio en el estomago. Dos, eran dos. Un chico y una chica. Esto suponía una enorme sorpresa para él. No tenía claro cómo actuar, qué hacer. No estaba preparado para esta situación y sin embargo la vida de ellos dependía de él. No podía escoger a uno y no podía salvar a los dos. ¿Quién sería el elegido?¿cómo sabría en la cabeza de quien de los dos debía colocar las manos?

Le volvió, como un mazazo en la mente, el recuerdo del anciano colocando sus manos sobre él y de nuevo le asaltó la duda. Tenía que decidirse o ambos morirían.

Había sanado a incontables personas de mil males distintos. Muchos eran enfermos comunes y algunos tenían infecciones que llevaban a una muerte segura y aún así los había curado. Otros padecían afecciones peores que la enfermedad. Afecciones no descritas en ningún libro de curaciones. Afecciones que no eran siquiera del cuerpo ni del espíritu. Y también las había curado. Pero esto era distinto.

Morirían si no actuaba pero él sabía bien que no estaban enfermos, al menos uno de ellos, no se trataba de una enfermedad, era algo muy diferente. Muchas cosas estaban en juego y no podía equivocarse y en el momento más decisivo no sabía cómo actuar. ¿A quién debía elegir? O mejor aún ¿Quién había sido elegido? Muchas cosas dependían de ello. Demasiadas.

El joven abrió sus ojos por un momento. Miró al anciano. Miró su rostro y con una sonrisa en los labios descansó. Descansó de caminos intransitables. Descansó de noches en vela junto a su compañera. Descansó de temores peores que los provocados por las constantes pesadillas que asolaban su inquieto espíritu. Descansó de feroces persecuciones, acosados por grupos de fanáticos que querían a toda costa acabar con su vida primero y después con la de su compañera que se había unido a él en el camino.

Unidos, esa era la palabra. Unidos no como pareja, ni siquiera tenían edad para ello. Tampoco como amigos pues de nada se conocían, ni como compañeros ligados por un mismo fin, por una misma meta. Unidos como la luz a la oscuridad. Como la noche y el día. Unidos en un crepúsculo de emociones, de sentimientos comunes que conocían el uno del otro sin nunca haberlo hablado.

Sólo ellos eran conocedores de este nexo que se había establecido en el mismo instante que unieron sus caminos. No sabían cómo. No sabían porqué. Sólo sabían que este lazo se alimentaba de ellos. Les iba consumiendo poco a poco y no sabían cómo detener el voraz apetito de esta relación. Se habían puesto de camino hacia un lugar, hacia un sitio a la deriva, sin definir. Eran conscientes de la sensación que se les había anclado detrás de su nuca. Manaba de ella y recorría el interior de sus cabezas al unísono, acompasadas, como si se retratasen en un espejo mental, en una única danza interminable.

Ahora por fin habían llegado a su destino, extenuados, sin atisbo de fuerzas. Ahora habían percibido la misma chispa recorriendo el interior del anciano. Ahora tenían esperanzas de ser salvados. Allí, en lo alto de la inhóspita montaña recorrida por corrientes de aire propias solamente de semejantes alturas. Allí donde los vientos se entrecruzan formando caprichosas riadas de polvo suspendido, portador de miles de gérmenes de vida. Allí donde el viento y el espíritu se fusionan inquebrantables para dar forma a la roca y pulir el acero.

El anciano se acercó por fin, temeroso, indeciso por primera vez en muchos años, con un sentimiento escondido de culpa, por dejarla morir. Quizás fue la risa, quizás fue la mirada del joven; pero se había decidido y rogaba internamente haber acertado.

Con el fuerte viento, que barría el salón azotando su rostro, posó sus manos sobre la cabeza del joven. Las mantuvo extendidas sobre ella con fuerza apretando sus cabellos contra la piel y se sumergió en sí mismo. Se le cortó el aliento. Quedó estupefacto. Sus ojos se abrieron atónitos. No estaba preparado para lo que percibió, más que ver. El vínculo ya estaba realizado. Era del todo imposible. Él era el portador del vínculo. Él se había preparado durante toda su vida para este encuentro sabedor de que un día llegaría.

Quedó prisionero. El joven se hallaba vinculado a su compañera. Era tan fuerte la unión entre ellos que él no podía hacer nada para separarse, aunque lo intentó con todas sus fuerzas. Le entró un pánico inmenso, desorbitado, desmedido. Lo que estaba ocurriéndole tiraba por tierra toda una vida de preparación y sin embargo…

En un atisbo de lucidez se dejó llevar. La vida le había enseñado que nada es inamovible. Nada es inmutable. Aceptó lo incomprensible como una lección más, como si él fuese un joven e imberbe estudiante que da sus primeros pasos. Se rindió a la evidencia. Era él el invitado. Y aceptó. Aceptó ser uno con ellos.

Mientras su mente se acompasaba a la de la pareja, en esa danza interminable, se sintió pequeño, aprendiz de nuevo. Se alzó y los ojos de los tres se encontraron en un punto imposible. No hablaron. Nada dijeron. Se pusieron en camino. Tenían un destino común único y el mundo necesitaba conocer el poder de la unidad. Los que no eran del mundo también.

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