¡Como pega Lorenzo ! ha salido de paseo y con ganas de guerra. Golpea con su mazo y el tiempo se apelmaza insostenible sobre sí mismo, se ralentiza hasta la desesperación.
Se deja caer insolente y todo se impregna de su naturaleza, todo se amarillea en esos tonos que te hacen secar la boca y te obligan a traga saliva para comprobar que subsistes aunque no sabes hasta cuando.
Se despoja de su ropa y muestra todo su poder, insolente, altivo, dominante. La cabeza se me cae en un ángulo a medio camino entre la humillación y el furor que pugna por no rendirse, por luchar. Miro de reojo y todo esta inmóvil diciéndome agónicamente, sin fuerzas para gritarme:
- Es inútil. ¡No ves que estamos en agosto! ¡ríndete ! No hay nada, algún espejismo titilante, alguna vana ilusión, acepta la inmutable marcha de los acontecimientos. No va a nevar en Agosto.
Me rindo; en agosto no nieva, el ciclo está cerrado, está cristalino, Las cosas son como son: - ¡ Déjalo estar !
Lorenzo deja caer, como si nada, sus rayos de advertencia y los pies se me pegan al suelo arrastrándose, mejor deslizándose en su cansino destino, a impulsos nacidos del último resquicio de pundonor.
Se mece el cuello por la inercia del péndulo y al iniciar su interminable recorrido de regreso una atroz, insoportable y afilada cuchilla penetra en medio dela cabeza. Hace explotar dolorosamente todos los sentidos; el oído escucha el suave murmullo de las hojas deslizándose sobre sí. El aroma, mil veces aspirado en mayo, de la salvia penetra insolente entre los ojos y se adentra en la profundidad del ser. Un suave regusto se instala en la boca que se inunda apresuradamente intentando atrapar el momento. La piel se estremece aguijoneada por el sutil roce de un suspiro de viento arrancado de lo imposible. Y los ojos...
La vista, artífice de mil emociones constantes, creadora de imágenes de fantasía sin límites. La vista se congela entre azules luminosos erguidos sobre el manto de verdes sensaciones que cubren el espacio imposible, atemporal, surgido dela nada.
¡Como explicar un agujero negro en el espacio de las emociones!. Allí estaba, un trozo de abril, un pedazo de otro tiempo injertado en la víspera de la Virgen de las nieves. Colocado en el seno de Ibiza, en medio del estío mas voraz
Veo como desciende un copo de nieve. Cae, se desliza delante de mí, se posa y espera paciente que lo recoja y lo inmortalice con mi cámara mientras una reina en medio de la salvia posa para mí y me saluda vigilante: Faro, estrella, guía que me conduce hacia ella entre sonoras carcajadas celestiales.
Se deja caer insolente y todo se impregna de su naturaleza, todo se amarillea en esos tonos que te hacen secar la boca y te obligan a traga saliva para comprobar que subsistes aunque no sabes hasta cuando.
Se despoja de su ropa y muestra todo su poder, insolente, altivo, dominante. La cabeza se me cae en un ángulo a medio camino entre la humillación y el furor que pugna por no rendirse, por luchar. Miro de reojo y todo esta inmóvil diciéndome agónicamente, sin fuerzas para gritarme:
- Es inútil. ¡No ves que estamos en agosto! ¡ríndete ! No hay nada, algún espejismo titilante, alguna vana ilusión, acepta la inmutable marcha de los acontecimientos. No va a nevar en Agosto.
Me rindo; en agosto no nieva, el ciclo está cerrado, está cristalino, Las cosas son como son: - ¡ Déjalo estar !
Lorenzo deja caer, como si nada, sus rayos de advertencia y los pies se me pegan al suelo arrastrándose, mejor deslizándose en su cansino destino, a impulsos nacidos del último resquicio de pundonor.
Se mece el cuello por la inercia del péndulo y al iniciar su interminable recorrido de regreso una atroz, insoportable y afilada cuchilla penetra en medio de
La vista, artífice de mil emociones constantes, creadora de imágenes de fantasía sin límites. La vista se congela entre azules luminosos erguidos sobre el manto de verdes sensaciones que cubren el espacio imposible, atemporal, surgido de
Veo como desciende un copo de nieve. Cae, se desliza delante de mí, se posa y espera paciente que lo recoja y lo inmortalice con mi cámara mientras una reina en medio de la salvia posa para mí y me saluda vigilante: Faro, estrella, guía que me conduce hacia ella entre sonoras carcajadas celestiales.
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