La Chispa de la Vida

Grande, pequeño, blanco o rojo intenso,incluso negro y amarillo, suave o rugoso, sorprendente o curioso, aterrador, sugerente, increible, ¡¡¡alucinanteee!!!. Todo está ahí, esperandonos.

La belleza está en los ojos más que en aquello que miras.

domingo, 29 de agosto de 2010

Encuentro

Abrió los ojos de golpe. Por las mejillas el sudor se deslizaba de camino hacia la desnudez de sus hombros. Su cuello, tenso, rígido, daba la sensación de que si lo golpease con un dedo saltaría en miles de pequeños trozos. En su costado las manos aparecían blanquecinas de haber apretado los nudillos hasta el punto de que tenia profundas marcas de uñas en ambas palmas.

Se levantó despacio, repitiéndose las mismas preguntas que le rondaban desde hacía ya bastante tiempo, ¿por qué ahora? ¿qué le pasaba? ¿qué ocurría dentro de ella, produciéndole esa vorágine de sentimientos incontrolados? pero sobre todo ¿por qué ese sueño, repetido, constante? ¿por qué se despertaba con la piel empapada desde los pies hasta la cabeza? ¡Y el olor! eso era lo peor de todo. ¿Cómo era posible soñar olores? ¿ por qué se impregnaba el olor en su piel y quedaba allí pegado a ella durante largo tiempo, dejándola desazogada, inquieta?

Llevaba sola mucho tiempo, más del que nadie debería estar sin compañía, sola… aunque es verdad que de vez en cuando se permitía una escapada para adquirir aquellas cosas que le eran necesarias para sobrevivir. Sobrevivir. Ése era el resumen de toda su vida, sobrevivir, sobrevivir a los miedos, a sus inseguridades, sobrevivir a… a ¿qué? A la indiferencia de los demás, a no ser dueña de sí misma. Era débil, muy débil y lo que era mucho peor todavía: lo sabía. Era consciente de que no valía gran cosa en los tiempos que corrían. Por un momento le vinieron imágenes de años atrás, de su infancia y juventud, pero rápidamente las apartó de su mente; no quería desvariar como tantas otras veces en su mundo de fantasías ilusorias, de injusticias sufridas en autoinfligido silencio, revelándose a ellas con gritos jamás salidos de su boca, condenados a morir antes de ser expulsados al aire...

Se preguntó, como tantas otras veces, si en verdad sólo era un sueño o había estado allí realmente, tal y como parecían indicar todos los signos que emanaban de su cuerpo, si el encuentro había sido cierto o quizás la soledad, el vacío que experimentaba, había por fin superado su cordura. No tenía respuestas para estas preguntas. Sólo tenía una convicción anclada muy dentro de sí, incrustada en su cabeza en ese punto donde lo absurdo se convierte en certeza: no podía volver a soñar, si se dejaba llevar su corazón le jugaría una mala pasada y se pararía por fin, lo que parecía casi una liberación.

Tenía que reunirse con él, lo sabía tan cierto como que, en su pecho, su corazón seguía latiendo desbocado. Se vistió con un vestido verde, largo y ajustado a la cintura pero que le permitiría poder emprender el viaje que desde hacía tiempo ya estaba escrito para ella.

Sabía el camino aunque jamás lo había recorrido, bueno sólo cuando dormía, y se preparó para el viaje. No había vuelta atrás. Tenía miedo, pánico -como siempre- a que estuviese loca de verdad, a que sus temores se confirmasen y entonces su vida careciese de motivos pasa seguir junto a ella.

Era muy consciente de que tenía una cita programada mucho tiempo, muchísimo tiempo atrás, en medio de la espesura, en un lugar que había visto ciento de veces y en el que nunca había estado, salvo en sus sueños claro. Sentía la atracción tirar de ella y ya no podía mentirse, era irresistible, cada poro de su piel reclamaba ser liberado de la tensión que como hilos invisibles se engarfiaban en su cuerpo y comenzaban a tirar, a tirar, a tirar. Era una locura… una locura irresistible. Y se dejó.

No era consciente de cuánto tiempo había pasado: un día, dos, cuatro,…quizás una semana. El caballo seguía al galope, incansable, como si él también estuviese, de alguna manera, enganchado a la fuerza que la poseía tan intensamente. No le preocupó lo más mínimo, es más, se negó a pensar, a reflexionar. Su mente paró, sólo tenía una idea en la mente: el cosmos no funcionaba ya, todo se había quedado inmóvil a su alrededor y no tenía fuerzas para oponerse,… Siguió dejándose llevar.

Volvió a tomar conciencia de sí. Continuó cabalgando sobre el caballo, atravesando el bosque umbrío, observando la luz al filtrarse por entre las ramas, mientras el cabello se mecía hacia atrás, escuchando el ruido de las aves rapaces en plena cacería, a la vez que el susurro del aire se colaba por entre las ramas de los árboles. Todo esto provocaba en ella mil sensaciones distintas en un torbellino de irrealidad pero seguía sin importarle. Se dejaba llevar.

No estaba segura de ser ella quien atravesaba el bosque, sintiendo palpitar el corazón por la emoción contenida al no saber si llegaría o extraviaría su camino, escuchando ruidos , que ya no sabes si son reales o la mente te está jugando una mala pasada.

Siguió su camino con una sola meta entre los ojos: llegar al claro abierto. El único lugar donde seguro podrías calmar el ansia interior que te quema desde hace horas, podrás saber, al fin, si está o no allí, si sólo lo has soñado o existe realmente y cuando parece que se desvanecen las posibilidades de alcanzarlo aparece de pronto, tranquilo, quieto inmutable. Te desnudas... no puedes más, te tiras hacia él y el lago te recoge, sus brazos se amoldan a tu cuerpo, rodeándolo, inundando cada parte de ti y te sientes arrastrada hacia la oscuridad del agua, allí donde los temores se pueden palpar y agarrar de la solidez que presentan.

No respiras y no importa. No duele. Sientes en tu piel los cambios de temperatura de las corrientes; pero ya nada cuenta, nada… sólo quieres que te siga abrazando y reconoces por fin tu destino, quien eres.

Poco a poco llegas a la orilla llevada por brazos de agua que te depositan suavemente, casi con ternura, sobre la arena y sientes cómo depositan una última caricia sobre ti mientras se retiran para siempre de vuelta a las profundidades.

Vio un viejo vestido verde, destruido por el paso de los años, junto a él, caracoleando nerviosamente, un caballo fuerte, musculoso, sin herrar y sin montura, le miraba con un brillo relampagueante en sus ojos.

Ya no le importaba nada. Su pasado aparecía en ella como una titilante lamparilla de aceite, sin forma, sin fijarse. Era consciente de que los miedos, temores, la inseguridad no eran sino una cáscara puesta sobre ella para despistar a los enemigos hasta que llegara ese momento. Ahora ya no importaba… el mundo sabría que había nacido una Valkyria. Y ella también lo sabía.


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