La Chispa de la Vida

Grande, pequeño, blanco o rojo intenso,incluso negro y amarillo, suave o rugoso, sorprendente o curioso, aterrador, sugerente, increible, ¡¡¡alucinanteee!!!. Todo está ahí, esperandonos.

La belleza está en los ojos más que en aquello que miras.

lunes, 4 de octubre de 2010

La marcha

Los primeros rayos del sol danzaban sobre la rama que le servía de soporte. Se reflejaban, sobre las gotas del intenso rocío que la recubrían, como si de una fina capa de oro o de miel silvestre se tratase. Más allá de la rama, mucho más allá -tanto que apenas se perfilaba en la incipiente madrugada- se movía rítmicamente el objeto de su atención.

Como todas las mañanas, desde poco antes de despuntar el sol pero cuando el alba ya había hecho su aparición, el sonido había comenzado a llegar hasta ella seco, cortante, machaconamente acompasado, una y otra vez.

Como cada mañana, desde hacía semanas, sentía el irresistible deseo de elevarse a las alturas y acercarse a observar de cerca. Se sentía seducida más que por el sonido que hasta ella llegaba, por el atrayente resplandor que emanaba junto a la figura del hombre.

El hombre… causante de muchos de sus temores y de una irresistible y constante atracción que manando desde su interior iba creciendo en ella día a día. El hombre... fuente de noches inquietas, de atardeceres expectantes, de conflictos internos que la abrasaban y dejaban desazogada una y otra vez. El hombre… provocador distante, inconsciente, ajeno a su existencia. El hombre… indiferente a la fuerza que desde él se proyectaba inundando todo cuanto le rodeaba.

El hombre dejó a un lado la maza con la que llevaba golpeando durante mucho rato el incandescente trozo de metal. Con ayuda de unas tenazas largas colocó el objeto fruto de su trabajo en un balde que lleno de agua tenía para ese menester. Observó como cambiaba el rojo intenso, doliente a la vista, por un tono más apagado. Poco tiempo después se convirtió, como por un sortilegio, en un color azul cobrizo para inmediatamente pasar a ser casi gris cristal. No dejaba de maravillarse, una y otra vez, al contemplar esa transformación. Observaba, casi con frenesí obsesivo, como iba cambiando el mineral de consistencia, de forma, de propiedades. Se preguntaba frecuentemente cómo ocurría semejante proceso, qué pasaba en el interior de la materia, qué fuerzas se desataban capaces de unir esos tres elementos: agua, fuego y metal en una única e indisoluble materia distinta a cualquiera de ellas y con unas cualidades y propiedades tan diferentes.

Estos pensamientos desataron de nuevo en él la inquietud. Se sentía inquieto de nuevo una vez más. Hacía semanas que tenía la impresión de ser observado, pero sabía que nadie merodeaba por allí. Si alguien se hubiese acercado a una distancia desde la que pudiese verle el lo habría sabido al instante.

Podía percibir desde lejos a los demás, lo había hecho desde siempre, conocía cosas que se escapaban a otros. Entraba en el interior de las personas a sitios que ni ellas conocían de sí mismas, por eso se había alejado. Se había marchado solo, a un lugar donde poder descansar, donde poder vivir sin sentirse reprochado, exigido a darse a los demás para luego ser acusado de creerse superior al resto. Estaba cansado de ser exprimido, por aquellos que decían quererle o amarle, para después acusarlo constantemente, incapaces de aceptarle tal y como era.

Le había costado pero al final se encontraba cómodo, a gusto, bien… bien hasta hace unas semanas. Le golpeo de nuevo la sensación de vacío que, desde sentirse observado, le arremetía contantemente.

En un impulso incontenible se paró. Quedo inmóvil junto a la fragua. Sentía el calor rodeándole, penetrando dentro de su cabeza, provocando gotas de sudor que nacían por encima de sus orejas las rodeaban y se deslizaban por la mejilla hasta descolgarse desde el mentón y caer sobre su clavícula. Se concentró en sus sensaciones, en el sudor que desde allí se deslizaba rodeando su marcado e incluso pronunciado pecho, producto de horas de esfuerzo golpeando contra el yunque, hasta caer, deslizándose como gotas de miel, por su vientre.

Junto a él, en el suelo, yacía la camisa que en pocas ocasiones utilizaba para cubrir su dorso, le gustaba la sensación de libertad de movimientos que tenía al liberarse de ella. La respiración se hizo acompasada, serena, transportándolo a otra realidad paralela, a otro mundo donde el calor emanante de la fragua se mezclaba con el sudor que nacía de él. Donde su cuerpo cambiaba constantemente de propiedades. Donde el agua, el fuego y él mismo se fundían constantemente en un baile de transformaciones continuadas.

No dolía. Si acaso, no más que la frustración de no haber conocido el amor de los demás, de haber fracasado en su relación con las personas que le rodeaban, no más que sentir el rechazo continuo, atenuado quizás por la cortesía y por el interés de lo que podían obtener de él.

Así continuó hasta que el sol se acercaba a su ocaso. Sentía sus músculos redefinidos en nuevas formas. Músculos que no sabía ni que existieran se mostraban ahora ostensiblemente. Músculos remarcados por mil reflejos que el fuego hacía nacer en las gotas de sudor extendidas a lo largo de su cuerpo, arrancando de él dorados reflejos, que se expandían por el prado, mezclándose con los refulgentes rayos del sol al atardecer, de tal forma, que era difícil distinguir los unos de los otros.

Ella había pasado el día observando. Espectadora privilegiada, de acontecimientos pocas veces acaecidos, permanecía enganchada a la visión que delante de ella se producía, incapaz, por completo, de realizar ni el más mínimo movimiento. No quería intervenir por miedo a que el momento se esfumara, miedo a que todo fuese producto de una mala pasada de su imaginación, miedo a que el hombre desapareciese delante de ella tal y como se esfuman las ilusiones conforme la vida avanza hacia su destino final.

Sabía certeramente que su destino le había ligado al hombre. Su vida ya no tendría otro objetivo que ser vivida prendada de él, enganchada a su voluntad y como si esto fuese el detonante saltó al vacío. Se dejo caer de la rama que había sido su otero desde tiempo atrás y se impulso hacia las alturas abarcando con su profunda vista todo el valle que se deslizaba bajo ella mientras se acercaba majestuosamente hacia su nuevo destino surgido del alto que se encontraba sobre su cabeza.

La vio venir desde lejos, deslizándose bajo él ascendiendo hacia el alto en que se encontraba. Supo de inmediato que era ella quien le había observado desde días atrás. Fue consciente de que estaban destinados a compartir juntos una existencia incierta pero excitante. Se mostraba a sus ojos segura de sí misma, pudo distinguir en el brillo de sus ojos como comenzaba el sol a apoyarse sobre el horizonte y en ese momento del crepúsculo, en que se hacen realidad todas las cosas imposibles, alzó su brazo con decisión y dejo que ella se apoyase en él.

El contacto fue violento, las uñas trataron inútilmente de clavarse en él para poder mantener así el equilibrio sus miradas se fijaron la una en la otra y pudo observar el mundo a través de los ojos de ella. Se pudo observar a sí mismo, y al hacerlo conoció cosas de dentro de sí que no sabían existieran. Comprendió que se había creado un vínculo a través de sus ojos que les permitía ver juntos el mundo de ambos. Miro a su alrededor se despidió para siempre sin añoranza de aquel lugar y comenzó a caminar por el sendero con el halcón recortando su silueta sobre su brazo.

Dejo de preocuparle los demás. El mundo sabría que había nacido. Y él sabía que había nacido un rastreador y que existía una tierra lejana donde las mujeres eran guerreras. Sabía que nacían del agua, como él del fuego. Sabía que fuego y agua eran enemigos, pero no siempre… No le importaba nada.


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