“El beso de la rana”
- “Cuéntame qué ocurre si le besas”, me comentaba, con ganas de sumergirse en una historia fantástica, imposible, y por lo tanto sin grandes consecuencias para nadie. Sí, eso parecía a simple vista si no fuera porque…
Atardecía, sí ya se que eso no es importante pero ayuda a situarse, es el momento en que las cosas son y no son, parece que… y no es, la realidad y lo imaginario se unen en un baile desenfrenado por tomar forma y hacerse con el dominio de lo material, ser tangible, ser: Existir.
Atardecía, el reflejo penetró por el rabillo del ojo, titilante, subrepticiamente –existe, os lo puedo asegurar- sigiloso, escondiéndose a la razón; en ese instante en que si no es reconocido pasará no volverá se escapará. Pero giré la cabeza y así comenzó todo sencillamente, sin avisar… allí estaba en las cristalinas aguas, escurridiza, sigilosa, sí, efectivamente -una rana-, pero no una rana cualquiera: una rana que no era una rana, una rana que aspiraba a ser una rana. Una rana inaccesible, inalcanzable porque ¿quién puede sujetar, coger, palpar, tocar lo que no es?.
Me acerqué subrepticiamente –que sí que existe de verdad- y lo vi escrito en sus ojos, sin duda alguna allí estaba: cristalino, transparente, suplicante, apunto de saltar y de escapar a lo irremediable de su condición , allí se encontraba el deseo, sí el deseo de dejar de ser, el deseo de dejar de estar sujeta a el inevitable balanceo del agua, el deseo de dejar de mirar a través de una cortina opaca, y deseo escondido, esperando el momento de tomar forma de pasar a sentir como el aire penetraba por sus pulmones como espada de hielo, cortante, incluso dolorosa –diría yo- el deseo de sentir como siente una rana.- Sí, también sé que no se debe repetir la misma palabra con tanta frecuencia; pero me gusta como suena y así es como sale, qué le voy a hacer-.
Sí, allí estaba el deseo, pero también estaba pegado al miedo, pero no un miedo cualquiera era un miedo-pánico adosado pegado a
No pude negarme, fue un impulso repentino, fulminante, inesperado: La cogí en mi mano. La elevé sobre el agua y la acaricié.
Se revolvió con frenesí, aterrada y alarmada, tanto fue su desespero que en la lucha se le cayó
No le pesó, nada de nada, ¡que va!, al contrario, se sintió extraña, ágil, alegre, dichosa de perder su cola… y eso que había disfrutado tanto con ella deslizándose por entre las rocas. Se sentía ligera, se encogió, y… ¡Saltó!. No fue un salto elegante, de acuerdo, pero ciertamente, y aquí llega la parte difícil de creer, saltó sobre mí me rozó los labios y fue a caer con un giro imposible sobre unos tímidos nenúfares que se mecían sobre el agua.
Giró la cabeza, miró… alzó la mirada hacia cielo en ese momento único espectacular del crepúsculo. Se paró un instante, contemplando… mirando esa única y brillante estrella que se reflejaba a la vez dentro de sus ojos y ….¡Oh Dios!. Allí estaba, Lo vi os lo aseguro, como un reflejo por el rabillo del ojo: allí estaba ¡el deseo!, pero no un deseo cualquiera, el deseo de ser, el deseo de ...
No he parado de reir. Fantastico. No has ido a lo fácil, al principe, ni princesas ni historias parecidas. Hay que ver lo que da de sí una rana. ¡A viajar por las estrellas!!
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